jueves, 9 de septiembre de 2010

“Choronzon: Soy un lobo, solitario, merodeador, asesino.

Sandman: soy un cazador a caballo caza lobos. Huelo a alcohol, humo y sexo barato y siento la hierba entre mis cascos, los flancos entre mis piernas. Todo es real. Nada es real. Tu turno.
Choronzon: soy un tábano, enemigo de caballos y cazadores.
Sandman: soy una araña de ocho patas come tábanos y moscas.
Choronzon: soy una serpiente devora arañas, venenosa.
Sandman: soy un buey pesado aplasta serpientes. Siento la serpiente retorcerse bajo mi pezuña.
Choronzon: soy un Ántrax, bacteria destruye vidas.
Sandman: soy un Mundo en el espacio, dador de vida.
Choronzon: ¡soy una Nova que explota…quemando mundos!
Sandman: soy el Universo, abarco las cosas, abrazo la vida.
Choronzon: soy la antivida, la bestia del juicio. Soy la oscuridad al fin de todo. Fin de universos, dioses, mundos… de todo. Sss… ¿Que serás tú soñador?
Sandman: La esperanza.”
(Sandman, Neil Gaiman)

La esperanza es lo último que queda cuando la gran fiesta termina. Y saben a que me refiero con eso de la gran fiesta, la gran farsa ambulante, que no es una ilusión –las ilusiones son seres nobles, algo así como los cronopios, el amor es una ilusión in fact- sino un derroche. Vamos por ahí descolgados antes de secarnos bien, empapándolo todo con nuestra humanidad, somos la plaga del mundo, los inquisidores de la belleza.




Y yo estoy aquí con mi invertebrada ilusión esperando que llegue la esperanza- esa puta de vestido verde-, en la espera el tiempo es del otro escucho decir al Loco de la colina por la radio, pero si lo que espero es la espera misma, ¿qué espero? Demoro las decisiones como facturas sin pagar imantadas a la heladera, tejo y destejo con penelopiana devoción las máscaras que nadie verá nunca, bostezo de miedo, me congelo de espanto y giro como un trompo para escapar de las consignas del mundo material. Una estúpida, una niña llena de miedo. Una homeless outsider con los bolsillos cosidos hacia dentro encerrando para siempre a las monedas, una coleóptera borracha que revolotea la ciudad y busca desesperadamente un destino.



Por eso escribo quizás y también porque jamás podré entender cómo es que la tinta sale mágicamente de la lapicera, el gesto que adoptan las manos escribidoras al enfrentarse a la blancura encegecedora del papel, por obra de qué misteriosa alquimia la nada se vuelve grafía, color, belleza, poesía. No lo comprendo, por eso escribo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No puedo decir otra cosa que no sea sublime, maravilloso